Producido por Deborah Koons

En el siglo XX los agricultores pasaron por un cambio radical. La industria que fabricaba bombas en la Primera Guerra Mundial, produjo una modificación significativa en la química de los fertilizantes. Comenzó la llamada “revolución verde”.
La sociedad requería precios más bajos y producciones masivas, produjo un aumento significativo en la producción agrícola. Año tras año grandes extensiones de tierra se plantaron con una sola variedad de cultivo. Este monocultivo produjo un enorme vació ecológico, que fue aprovechado por insectos y enfermedades. El DDT fue el héroe de la llamada “revolución verde”.
Los agricultores se vieron envueltos en una trampa y recurrir a insecticidas formando un círculo vicioso. Mientras más los usaban mas necesidad de ellos había. El incremento en el uso de fertilizantes, pesticidas y herbicidas incremento el costo, contamino el ambiente y creo riesgos en la salud.
Uno de los más controversiales aspectos de la revolución genética es lo relacionado con las patentes de las semillas.

En “El futuro de los alimentos” se desvela como la industria biotecnológica y agroalimentaria se han unido para controlar el mercado de los alimentos. Desde que la Corte Suprema de EE.UU. abrió la puerta para poder patentar organismos genéticamente modificados, las grandes empresas del sector, como Monsanto o DuPond, han utilizado sus patentes para apropiarse de todo aquello que contenga sus genes patentados. Un ejemplo terrible de como el sistema de patentes no protege el conocimiento, sino que lo privatiza.
De este modo, Monsanto ha obligado a los agricultores cuyos cultivos han sido contaminados por cepas transgénicas a destruir sus reservas de semillas (o pagar la licencia por el uso de “su” tecnología), como parte de una estrategia dirigida a ir reduciendo la cuota de mercado de las semillas tradicionales, que progresivamente se irán contaminando conforme avancen los cultivos transgénicos. Paralelamente, estas empresas han ido absorbiendo a sus competidores hasta configurar un gran oligopolio en el mercado de semillas y la producción de pesticidas y fertilizantes.
Durante el documental se explican las técnicas invasivas de las que se sirve la ingeniería genética para obrar sus “milagros”: Primero se debilitan las células receptoras y, mediante virus y bacterias, se invade el núcleo con ADN con la esperanza de que se recombine. Para separar las recombinaciones exitosas del resto se implanta también genes resistentes a un antibiótico específico, y luego se expone la muestra a dicho antibiótico. Los organismos que sobreviven son los que buscábamos, listos para introducirse en la cadena alimentaria junto a su recientemente adquirida inmunidad antibiótica.
Sin embargo, estas nuevas formas de vida modificadas genéticamente no ofrecen a los consumidores ventajas sobre los alimentos tradicionales. La biotecnología desarrollada hasta la fecha se centra principalmente en beneficiar a los productores de biotecnología. Ejemplo de esto son la “tecnología terminator”, que hace que las cosechas sean estériles (luego no se puede guardar parte de la cosecha para plantar la siguiente y hay que volver a comprar semillas todos los años), o los organismos que necesitan aditivos específicos (y patentados) para poder germinar (con lo cual hay que comprar los fertilizantes a la empresa que vende las semillas). ¿Qué pasará cuando estas características de organismos genéticamente modificados contaminen las cosechas tradicionales y las semillas híbridas hereden las características de su progenitor modificado?
El documental también denuncia la permisividad de los gobiernos respecto a la regulación de estos organismos modificados genéticamente, y su incorporación a la cadena alimentaria. Como pasa en España con el recién creado ministerio de Agricultura y Medio Ambiente, los máximos responsables de las agencias de control gubernamental son, han sido o serán después responsables de las principales compañías de la industria agroalimentaria, y fomentan la desregulación a favor de los beneficios empresariales en vez de la regulación para proteger a la población de una tecnología que no ha sido suficientemente estudiada.
Sólo de este modo se puede explicar que todavía hoy se nos niegue el derecho a saber qué es lo que estamos comiendo. Las empresas se oponen, y los gobiernos permiten, que en el etiquetado no se indique qué ingredientes modificados genéticamente utilizan cada producto. No es sólo que no tengamos el derecho a elegir lo que consumimos; sin esta información no se puede rastrear los efectos sobre la salud de los organismos modificados genéticamente.
A pesar de la opacidad generalizada en torno a los productos genéticamente modificados, las graves consecuencias sobre la salud de estos productos una vez incorporados en la cadena alimentaria sacó a la luz su propia existencia. Tal fue el caso que se comenta del maíz transgénico de Starlink utilizado en una alta gama de productos produjo reacciones alérgicas en los consumidores, y tuvo que ser retirado del mercado en 2001.
A pesar de las señales de alarma, no se está investigación la idoneidad de los nuevos organismos genéticamente modificados para el consumo humano. Dado que la financiación de las universidades es mayoritariamente privada (como se pretende en Europa la Declaración de Bolonia), las investigaciones que tratan de investigar el impacto sobre la salud son sutilmente desincentivadas mientras que las que demuestran las bondades de la biotecnología son generosamente financiadas. La mercantilización de la universidad ha servido para callar las voces críticas con estas tecnologías experimentales.
La manipulación genética sigue siendo una tecnología cuyas consecuencias a largo plazo no se pueden prever, ni estudiar por la falta de información para su trazabilidad. Como dicen en el vídeo, probablemente sea el mayor experimento biológico que la humanidad haya realizado. Un experimento sobre el sustento de nuestra existencia, que no ha sido autorizado y se está haciendo a escala planetaria sin control, y para el que puede que nuestro ADN y sistema inmunológico no esté preparado…

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